En un pequeño restaurante, justo al lado del ventanal, está sentado un hombre. Observa los transeúntes, al mismo tiempo que intenta descifrar por qué se encuentra allí, esperando. En los cines de al otro lado de la calle reponen Cinema Paradiso, pero él no recuerda esa película. En la barra advierte a una mujer sosteniendo un libro, La plaça del diamant. Al leer el título —uno del que no había oído a hablar jamás—, siente que si lo hubiera leído, hoy sería uno de sus favoritos. Y eso le inquieta. Por un instante se plantea irse, pero entonces un vacío se apodera de él. No recuerda dónde vive. Sus manos empiezan a temblar, pero no le da tiempo a hundirse en su desconcierto. Algo se apoya en su hombro. Gira la cabeza y ve a la mujer que hasta hace unos segundos sostenía en sus manos las palabras de Rodoreda. Ella se sienta delante de él. ¿Me recuerdas, Sebastià? Justo cuando la mujer pronuncia la última sílaba, Sebastià experimenta algún tipo de embrujo, o eso cree él. Y mientras en su cerebro se repite una y otra vez la misma pregunta, Sebastià se acerca a Lola a la salida de clase, con tan solo 17 años, y se ofrece a ayudarla con francés. La lleva a cenar a un restaurante en el que el menú cuesta menos de 70 pesetas y en el que ella prueba por primera vez la crema catalana. Deambulan de noche por el paseo de San Juan y él se atreve a adentrar su mano en la falda de ella. Le entrega su virginidad, de forma atropellada, en un indecente hostal de las Ramblas. La coge en brazos y la sumerge lentamente en el mediterráneo. La lleva al cine a ver Cinema Paradiso, y ambos lloran mientras se suceden todos los besos censurados. Roza sus pies con los de ella, mientras yacen estirados y adormecidos en el colchón que comparten en un minúsculo piso del Ensanche. Agarra bien fuerte la mano de Lola durante el entierro del padre de ella. Se mudan a un apartamento más grande y abandonan en el del Ensanche algunos de sus miedos y algunas de sus fantasías, y el colchón y otras cosas que ya no necesitan. Pisan las calles de París. Y las de Beirut. Y dejan de visitar lugares tan lejanos cuando nace Mercè. Van al parque de la Ciutadella y Lola coge a la niña en brazos mientras él las fotografía al lado del Mamut. Y ve a su hija escurrirse de los brazos de Lola y golpearse la cabeza contra el suelo, y convertirse en un cuerpo arenoso y escarlata, y morir, sin ser consciente de lo que significa morir. Sebastià se mete en la bañera y se corta las venas, y siente como la sangre abandona su cuerpo y se ahoga en el agua. Se despierta en el hospital y lo primero que ve son los ojos de Mercè en la mirada de Lola. Escucha como el médico le explica que existe un prototipo de máquina que es capaz de eliminar ciertos recuerdos. Y Sebastià grita que sí, que quiere probarlo. ¿Me recuerdas, Sebastià? Él no contesta. Ella no consigue evitar llorar y, con un hilo de voz, le pregunta ¿Quieres venir conmigo? Y Sebastià alarga su mano izquierda y coge la de ella. Y ambos salen del local.